09 septiembre, 2012

Effetá (esto es, "ábrete")

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 7, 31-37
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron a un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó le lengua: Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
- Effetá (esto es, "ábrete").
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían:
- Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
 
Palabra del Señor

Por aquella época yo no oía nada, y tampoco podía hablar. Vi mucha gente y mucho revuelo alrededor de aquel hombre. Ese hombre, me miró. Me miró como nunca nadie me había mirado y nos apartamos un poco de la gente. En otras condiciones hubiese tenido miedo de que me fuese a robar, pero su mirada era diferente a todas las que había visto hasta entonces, era una mirada que transmitía seguridad, confianza. Nunca nadie me había mirado así. Metió sus dedos en mis oídos y despues mojó su dedo con su saliva y me tocó la lengua. Elevó su mirada al cielo y pude escuchar como me decía Effetá. Yo no me lo creía. Podía oir, estaba tan contento que casi no me di cuenta que también podía hablar perfectamente. El Maestro, me pidió que no se lo dijera a nadie, pero ¿como callarme? Bastante tiempo había permanecido callado. Por primera vez podía escuchar la voz de mis padres, de mis hermanos, podía escuchar el viento susurrando a los árboles. ¿Como callarme y no contar al resto de la gente que allí estaba el Mesías que aguardábamos?
Hoy, que ya han pasado muchos años de aquello, recuerdo cómo recuperé el habla y el oído. En mi vida ninguna voz fue como la suya. Nadie me volvió a mirar nunca como Él me miró. Nadie lo ha hecho todo tan bien como Él lo hizo.

Señor Jesús, cura mi sordera, abre mis oídos para que pueda escuchar tu voz, para que no tenga miedo de escuchar tu voz. Suelta mi lengua para que pueda proclamar tu palabra a los hombres mis hermanos. 

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