No sé si fue porque era la primera procesión de toda la Semana Santa, o porque la banda de música fue realmente espectacular. Tal vez fue porque la noche no quiso perderse el espectáculo de ver pasear a la Virgen Dolorosa en busca de su Hijo. O porque incluso el viento, en forma de brisa suave, se quiso unir al cortejo intentando secar las lágrimas de la Madre. Mecida por los banceros, acompasado el caminar con la banda de Música, la imagen de la Virgen de la Soledad volvió a recordarnos que el camino a la resurrección pasa, inexorablemente, por la cruz. Acompañada de tantos y tantos nazarenos, esta noche, la Soledad no estuvo sola. Esta noche adquiría pleno sentido el evangelio del domingo pasado: "Si el grano de trigo no muere no da fruto". Muerte dolorosa, no hace falta más que ver a la Madre, pero muerte que ha sido vencida por la Vida. El aleluya del domingo de resurrección ha encontrado su prólogo en esta noche de luto, de llanto, de dolor, de un silencio sólo roto por el ruido de las horquillas contra el suelo.
30 marzo, 2012
22 marzo, 2012
Seguirte...
Y lo pienso en días como hoy, que mi cuerpo ya no da más de si, y el cansancio invade hasta el último rincón de mi alma. Y te miro. Y mientras miro tus pies rotos pienso que sería estupendo cederte mis pies cansados, para que puedas llegar a más hermanos; cederte mis manos torpes para que puedas seguir bendiciendo y ayudando a tanta gente; donarte mis ojos, que a estas horas ya les molestan las gafas, para que puedas mirar con claridad a más gente; y mi lengua viperina, para que la transformes en un instrumento de paz. Y recuerdo no sé porqué, aquella frase, aquel deseo: "Señor, que yo me olvide de mí, para parecerme más a Ti. Y dame sólo lo que a Ti más me pueda acercar." Y ya te digo que a pesar de mi cansancio, la distancia que nos separa ahora la veo más pequeña que nunca. Y atrevido, por niño o por ignorante no lo sé, poner mi beso en tu costado abierto.
«Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor,para cumplir tu santo y verdadero mandamiento» (OrSD).
18 marzo, 2012
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 3, 14- 21
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

Palabra del Señor
Hay un canción que dice:
Quiero hablar de un amor infinito,
que se vuelve niño, frágil:
amor de hombre humillado.
Quiero hablar de un amor apasionado.
Con dolor carga nuestros pecados,
siendo Rey se vuelve esclavo:
Fuego de amor poderoso,
Salvador, humilde, fiel, silencioso.
AMOR QUE ABRE SUS BRAZOS DE ACOGIDA,
QUIERO HABLAR DEL CAMINO HACIA LA VIDA.
CORAZÓN PACIENTE, AMOR ARDIENTE:
QUIERO HABLAR DE AQUEL QUE VENCE A LA MUERTE.
2. Quiero hablar de un amor generoso,
que hace y calla, amor a todos,
buscándonos todo el tiempo,
esperando la respuesta, el encuentro.
3. Quiero hablar de un amor diferente,
misterioso, inclaudicable,
amor que vence en la cruz:
Quiero hablar del corazón de Jesús.
Amor sin medidas, ni límites, ni razones. Como no necesita una madre razones para amar al hijo aunque a veces éste no sea, precisamente, un modelo para amar. Como se aman la pareja de novios o se aman marido y mujer. Dice un viejo refrán castellano que a veces el corazón tiene razones que la razón no podría entender nunca. Y, seguro estoy, que cuando para mantener un amor hay que buscar razones es inútil. Ese amor ya está muerto hace mucho tiempo.
En nuestro caminar hacia la semana Santa, hoy el Señor nos examina del amor. Nos encontramos con el Amor ilógico, ilimitado, irracional de Dios que es capaz de entregar al mundo lo único que tiene, lo mejor que tiene: su único Hijo y nuestra respuesta, en muchas ocasiones, es buscar razones para amar a Dios. ¿Hay amor más ciego? ¿Más cerrado a razones lógicas? Como nos decía san Pablo el domingo pasado: esta es la grandiosa necedad o estupidez de nuestro Dios. Esa necedad que supera todo saber y todo entender humanos. Que el Señor nos ha amado a nosotros más que más que a Si mismo. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Cuando éramos pecadores, es decir, cuando éramos enemigos de Dios, Dios nos da lo que constituye su propia vida, que es su mismo Hijo, a sabiendas de que lo va a perder. Si viéramos este proceder en una persona conocida nuestra, diríamos que es un loco, un estúpido… Y esa es la grandiosa e ininteligible estupidez de nuestro Dios, que no cabe en cabeza humana. “Tanto amó Dios al mundo…”
Señor Jesús, Pastor bueno, que conoces a cada uno por nuestro nombre, ayúdame a no buscar razones para evadir mis deberes cristianos. Enséñame a fiarme de Ti sin medida. Seguro de que Tu amor irracional, ilimitado, no puede querer nada malo para mi. Señor Jesús, nos acercamos al Viernes Santo, donde la certeza de tu muerte por amor a mi persona, lo va a llenar todo. ¡Qué ese grito no nos suene a grito litúrgico! ¡Que no se escurra en nuestros oídos como un acorde resabido! Que nos traiga la enorme novedad de sabernos por primera vez queridos por Dios hasta dar su propia vida por mí, aunque seamos pecadores. El amor llama al amor y nos hace amar a los demás.
16 marzo, 2012
Desierto
Libra mis ojos de la muerte;
dales la luz que es su destino.
Yo, como el ciego del camino,
pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos
una herramienta constructiva;
cura su fiebre posesiva
y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío,
al que se queja y retrocede;
que el corazón no se me quede
desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo
(¡tantos me dicen que estás muerto!...).
Tú que conoces el desierto,dame tu mano y ven conmigo. Amén.
11 marzo, 2012
Fuerza de Dios y sabiduría de Dios
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 2, 13- 25
Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
- Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: "el celo de tu casa me devora".
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
- ¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
- Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
- Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de lo que había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús. Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía, pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Palabra del Señor
Reconozco que al evangelio de hoy no le acabo de encontrar el gustillo. No lo acabo de entender del todo. Me parece que debo ser como los judíos que se quedan pensando en el templo de piedra, esperando que Jesús destruya ese templo que han tardado casi 50 años en levantar y prodigio prodigioso lo reconstruya en tres días. Me cuesta pensar en el cuerpo como templo.

Y yo me pregunto ¿Qué busco yo? ¿Signos como los judíos? ¿No me parezco mucho a los judíos? Considero a veces a Dios como el Corte Inglés de mis deseos. Si quiero ropa, la primera planta, si quiero electrónica la tercera... Y si Dios no hace lo que yo quiero, igual que un crío pequeño, me enfado y no respiro. Lo de la sabiduría me pilla más lejos. Me cuesta mucho, como el evangelio, sentirme orgulloso de Cristo Crucificado. Me consuela que como dice San Pablo lo necio de Dios es más sabio que los hombres y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres.
Señor Jesús, enséñame a no verte como una lámpara de los deseos. Enséñame, cuando las cosas no salen como yo quiero, a sentarme a tu lado en la acera de mi alma y a mirarte crucificado. Que como dice el himno de la liturgia de las horas en ese momento mis ojos vayan de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza y que huyan de mi boca pedigüeña el ímpetu del ruego que traía.Y que sea de mi vida de lo que realmente me avergüence.
04 marzo, 2012
Maestro. ¡Que bien se está aquí!
X LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 2, 10
En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

- Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.
Estaban asustados y no sabía lo que decía. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
- Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban de la montaña, Jesús los mandó:
- No contéis a nadie lo que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
Esto se les quedó grabado y discutían que querría decir aquello de resucitar de entre los muertos.
Palabra del Señor
A veces a los cristianos nos pasa lo mismo que a Pedro. Estamos tan a gusto junto al Señor que no nos apetece bajar otra vez a la vida real. Nos da miedo, pereza, volver a pisar el barro de nuestra vida ordinaria. Enfrentarnos con nuestras limitaciones, con nuestros dolores, con nuestro sufrimiento. Es tan cómodo estar allí, viendo al Señor glorioso... Es tan hermoso comprobar que el barro que pisamos, nuestro dolor, nuestro sufrimiento, nuestra muerte,... queda absorbido, transformado en una vida nueva, plena, luminosa, gloriosa, cegadora de luz...
La primera lectura de este domingo nos habla de Abraham. Nuestro padre en la fe. Y nos habla de una generosidad sin medida. Empieza con un diálogo, tantas veces repetido, Dios habla al hombre y el hombre responde a la palabra de Dios. Esta vez Dios quiere de Abraham lo más valioso que posee: su hijo. El hijo tantas veces deseado y tantas veces negado. El hijo concebido cuando ya no había esperanza humana. Abraham, seguro estoy, recuerda la promesa del Señor: Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, como las arenas de la playa. Y a pesar de tal promesa, Dios pide a Abraham que sacrifique a su único hijo. Imagino a Abraham subiendo al monte apoyado en su hijo, pensando que es la última vez que disfruta de su compañía y confiado en Dios. También a nosotros a veces el Señor nos pide que sacrifiquemos aquello, que hemos recibido de Él y que para nosotros, tiene tanto valor como para Abraham tenía su hijo y a nosotros nos falta la generosidad de Abraham para ofrecer al Señor, para devolver al Señor, lo que el Señor nos pide.
Será el evangelio el que nos muestre el detalle del Señor, que sabiendo lo que ha de suceder, no duda en mostrar su gloria a aquellos discípulos predilectos para que tras su Pasión y su muerte, no dudasen nunca del Señor.
A todos nosotros nos cuesta admitir “que si el grano de trigo no cae en tierra y no muere no lleva fruto”. Más pleno de vida es el sencillo grano de trigo castellano, que desde hace miles de años va cayendo al surco, muere y se multiplica, que aquellos granos faraónicos encontrados en preciosas arcas en las tumbas de Egipto, que han sido estériles miles y miles de años, porque no supieron morir.
Nuestra vida está llena de pequeñas muertes. Todo lo que emprendemos nos cuesta, se lleva energía de nosotros, todo requiere un tiempo de gestación molesto, duro, pero que acaba en el magnífico resultado de una nueva vida, como el niño recién nacido. Sin esfuerzo no conseguimos nada. Cruzarse de brazos para no molestarse o procurarse un nirvana es negarse a la vida.
Para el cristiano esa misma muerte considerada como acto final de la vida, no es muerte “es transformación” El prefacio de la Misa de Difuntos así nos lo recuerda: "La vida de los que en Ti creemos Señor, no termina, se transforma". Como el grano de trigo que durante siglos y siglos ha muerto en la tierra para dar fruto abundante. Así ha de ser nuestra vida un morir cada día un poquito a nosotros mismos para vivir cada día más cerca de Dios.
Nuestra vida está llena de pequeñas muertes. Todo lo que emprendemos nos cuesta, se lleva energía de nosotros, todo requiere un tiempo de gestación molesto, duro, pero que acaba en el magnífico resultado de una nueva vida, como el niño recién nacido. Sin esfuerzo no conseguimos nada. Cruzarse de brazos para no molestarse o procurarse un nirvana es negarse a la vida.
Para el cristiano esa misma muerte considerada como acto final de la vida, no es muerte “es transformación” El prefacio de la Misa de Difuntos así nos lo recuerda: "La vida de los que en Ti creemos Señor, no termina, se transforma". Como el grano de trigo que durante siglos y siglos ha muerto en la tierra para dar fruto abundante. Así ha de ser nuestra vida un morir cada día un poquito a nosotros mismos para vivir cada día más cerca de Dios.
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